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David Rocha |
Managua es un objeto literario complejo y elusivo: una superposición de (pos)modernidad forzada y escombros, más de la memoria que de la historia; un espacio habitado por personajes que parecen espectros del pasado o del futuro, nunca del presente. Es también una ciudad vulnerable, atravesada por numerosas heridas que nunca hubo tiempo de sanar y por silencios que siempre fue conveniente guardar.
Una herida que persiste con todo y sus silencios en el tejido social, no solo de Managua sino del país, es la que dejó la guerra de la década de 1980 y el fracaso del proyecto revolucionario sandinista. Estos acontecimientos supuraron pura marginalidad para el futuro: centenares de miles de ex-movilizados que perdieron la oportunidad de una educación formal por cumplir con el servicio; o si no, lisiados y huérfanos de ambos bandos lanzados al desamparo y a la criminalidad por la democracia neoliberal y sus pactos con el sandinismo.
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